Naturaleza y transformación

La naturaleza tiene una facultad que es primordial. Y esa es su capacidad de transformar para sanar. Fue hace poco que mi amiga Paula me propuso viajar al sur a un refugio que tienen sus familiares en Canutillar (Puerto Montt a la cordillera). No lo pensé ningún segundo y me respuesta fue: sí, vamos. Ella vive en Nueva York, tenía que venir a Chile por un proyecto en el sur y le sobraban algunos días para viajar. Ambas amamos la naturaleza, entones me pareció perfecta su propuesta de compartir una experiencia aisladas en un entorno natural.
Partimos a nuestra aventura un domingo en la noche en bus desde Santiago a Puerto Varas. Ahí compramos la comida, un par de cosas que nos faltaban, almorzamos y nos tomamos el bus hacia Canutillar junto a Juan y su familia, que es el cuidador del lugar donde está situado el refugio.
Cuando nos bajamos del bus sabíamos que nos esperaba una caminata de un par de kilómetros para llegar al refugio. Ya se estaba haciendo de noche, pero no nos importaba porque esperábamos con ansias esa caminata para poder saludar a la naturaleza como corresponde. Pero Juan nos sorprendió diciéndonos que se había conseguido una lancha con un familiar para dejarnos en el refugio, lo que fue aún mejor. Caminamos hacia el Estero de Reloncaví a tomar la lancha. Me subí a la lancha con una luna casi llena, las estrellas brillando como nunca y el Estero que estaba calmo como una taza de leche. Tuve esa sensación fantástica que se siente al alejarse de la civilización para sumergirse en una aventura.

Y así comenzó este “retiro – aventura”. Al bajarnos de la lancha caminamos unos metros por un sendero muy tupido hasta llegar a un pampa en donde habían tres caballos sueltos y al fondo el refugio construido con tejuelas de alerces. Juan, que con el paso de los días se fue transformando en nuestro ángel de la guarda, nos tenía la leña cortada para encender la cocina a leña apenas llegáramos. Nos explicó un par de cosas y emprendió su viaje de una hora de vuelta caminando a su casa.
El día siguiente amaneció hermosamente despejado. Apenas miré por la ventana sentí un placer que me recorrió todo el cuerpo. Teníamos que levantarnos mas o menos rápido porque Juan nos iba a pasar a buscar para hacer el paseo a una de las lagunas que estaba arriba de la montaña. Llegó Juan con su machete, nos pusimos las botas de agua y emprendimos rumbo. Ese camino fue maravilloso, porque como hace tiempo que no se hacía el sendero estaba todo muy tupido y había que ir abriendo camino. Durante todo el sendero se iban presentando ramas, hojas y troncos que obstaculizaban el paso. Fue una caminata de enfrentar obstáculos y eso me hizo pensar que el paso por la vida tiene una lógica parecida. El enfrentamiento con los obstáculos es eterno y constante y depende de nosotros el cómo abrimos el camino.



El resto de los días nos dedicamos a vivir y experimentar lo que se presentaba en el minuto. Exploraciones y conversaciones que tenían risas, rabias, llantos, disgustos, alegrías y penas. Nos permitimos liberar todas las emociones que iban surgiendo, y eso fue lo sanador de esta aventura. Todos los días funcionábamos con una dinámica parecida. Salir a explorar y descubrir para después conversar sobre lo que pensamos y sentimos en esa salida. Lo interesante fue que todas las salidas y conversaciones se daban de manera distinta y fue esa diversidad lo que potenció la riqueza de este viaje. Como por ejemplo un día que nos despertamos, yo meditaba al aire libre y la Paula observaba las aves con sus binoculares. En un minuto me dice “Cote hay algo moviéndose en el agua, veo como la cola de un delfín”, después aparecieron de nuevo y nos dimos cuenta que efectivamente eran unas toninas. Pasó un rato y decidimos ir a una playa cerca de donde habían aparecido las toninas. Empezamos a caminar con lluvia pero íbamos preparadas para eso, así que no nos importaba mucho. Cuando llegamos a la playa estaban cayendo gotas muy sutiles sobre el mar calmo y se generaba una imagen hermosa. Nos quedamos contemplando y de repente aparecen las dos toninas a unos pocos metros de nosotras. Nos emocionamos. Y siguieron apareciendo y nosotras seguíamos contemplando con los ojos secos de tanta apertura y la puerta del corazón abierta de par en par de tanta emoción. En esta contemplación infinita hubo un momento en que aparecieron las tres toninas hacia un lado, dos aves rapaces volando hacia el otro y dos patos volando en dirección contraria. ¡Guau! Nos pareció fascinante y creo que fue tanta la excitación que querían aflorar todas las emociones juntas al mismo tiempo, reíamos y llorábamos. Claramente fue un regalo de la naturaleza. Son esas momentos e imágenes que no se borran ni de la mente ni del corazón.



Para mi hubieron varios momentos como esos durante el viaje. Y pienso lo bueno que es aislarse para estar con uno mismo en un entorno natural y poder hacer una revisión de cómo estamos, qué sentimos, qué queremos y hacia dónde vamos. Agradezco infinitamente la compañía de Paula y haber vivido una experiencia así de transformadora en conjunto. Porque estas experiencias transforman y nos recuerdan que la vida en sí es una herramienta de transformación.



